Opinión: Cambios culturales en las ciudades latinoamericanas

Foto: Los vencedores, Sebastián Miquel
Cambios Culturales en las Ciudades Latinoamericanas

OPINIÓN... VILTIPOCO10000: DICIEMBRE 19 DE 2010...


Por Luis Alberto Quevedo, Director del Programa Comunicación  y Cultura

En los últimos 20 años, en América Latina, las ciudades han vivido una mutación institucional, cultural, política, simbólica y económica que ha marcado un punto de inflexión en su historia. Las ciudades más importantes del continente, que no han cesado de crecer, se convirtieron en centros de poder que han ganado en autonomía y autodeterminación.  Y han reivindicado uno de los valores más importantes que puede reclamar una ciudad: se creciente autonomía en la toma de decisiones. La autonomía probablemente sea el concepto más importante ya que le propone a la ciudad un desafío administrativo, político, económico y simbólico absolutamente nuevo. En los últimos años, los procesos de descentralización, la autodeterminación institucional y presupuestaria, así como desarrollo de un perfil de desarrollo propio les permitió a las ciudades reconducir el modo en que los ciudadanos que la habitan viven su identidad y planifican su lugar en el mundo.

¿Cómo es esto de volver a pensar las ciudades en un tiempo de globalización?  En realidad el verdadero desafío como lo han marcado muchos analistas (R. Ortiz, Saskia Sassen, Manuel Castells, Marc Zimmerman, entre otros) consiste en entender el modo en que nuestras ciudades han vivido tanto los procesos de globalización como aquellos que son concurrentes y simultáneos: los procesos de producción de lo local, asociados muchas veces a un nuevo modelo de desarrollo urbano, así como la reconfiguración de sus identidades y un posicionamiento diferente en relación a su propio pasado.  Las ciudades están hoy atravesadas tanto por un vector global que las vincula al mundo, como por un vector local que las obliga a practicar una arqueología de su historia, sus lenguajes y sus pertenencias.

Por esto, al hablar de ciudad no nos referimos simplemente a una construcción material, a la configuración de un espacio físico, sino también a una construcción simbólica y una creación del orden de lo imaginario que está en constante refundación. Nos referimos también a todas aquellas actividades que las personas realizan en un territorio que no siempre es fácil de definir, a sus consumos, prácticas, creaciones, hábitos y también a los modos en que viven sus afectos, sus pasiones, su dolor, sus modos de vida dentro de un mundo que ellos mismos construyen y resignifican. Estas prácticas pueden considerarse específicamente urbanos y que están asociados a determinadas identidades e imaginarios, creencias y representaciones -que a su vez inciden en la configuración del espacio físico- y que hacen que podamos hablar de una “cultura de la ciudad”.

Desde el invento de las ciudades modernas, la noción misma de ciudad aparece íntimamente ligada a la de “espacio público” y, por lo tanto, a los hábitos, normas, intercambios y formas de interacción y sociabilidad que allí se generan, desarrollan y reproducen. La ciudad fue siempre un espacio socialmente compartido en sentido material y simbólico. Históricamente, es la conformación de este espacio la que da sentido a la vida social como tal y la forma que asuma esa configuración otorgará a cada ciudad sus características particulares. Por eso, la cultura moderna es la cultura de/en/por y para las ciudades. 

Hoy podemos afirmar que asistimos a la reconfiguración de la relación entre lo privado y lo público, proceso por el cual ambas esferas pierden su definición tradicional (moderna), se interpenetran y cambian tanto en su forma como en sus contenidos.

En primer lugar, la crisis de la modernidad se hace patente en el espacio urbano a través de la “crisis de lo público”. En América Latina, la retirada del Estado en materia de regulación económica y social que vivimos en muchos países durante los años noventa, junto con el debilitamiento de los partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil, han hecho que esa crisis se manifieste con especial intensidad.

En segundo lugar, y de manera simultánea a partir de la década de los ´80 se viene produciendo a nivel global un fenómeno de repliegue de los sujetos hacia el ámbito privado, al cual las ciudades latinoamericanas no se han sustraído. Se trata de un sin número de prácticas, consumos e interacciones sociales que antes tenían lugar en espacios públicos y hoy se llevan a cabo al interior de los hogares. Desde las nuevas prácticas y consumos culturales a través de los medios (nuevos y viejos), hasta los deliverys  gastronómicos y, más tarde, una serie de prácticas sociales que se han desplazado hacia espacio hogareño –sobre todo por el desarrollo de un nuevo tipo de miedo al espacio público-, lo que ha privatizado cada vez más los hábitos sociales, reduciendo en intensidad y en cantidad los intercambios e interacciones sociales cotidianas.

En todo este proceso ha resultado fundamental el rol de los medios de comunicación y la difusión de las llamadas nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs). Gran parte de la sociabilidad de las ciudades se virtualiza y se desplaza desde lugares públicos como las plazas, las esquinas, los comercios, la calle, hacia las plataformas de las “redes sociales”, o bien se proyecta en la pantalla del televisor -corrimiento que se ve reforzado por la percepción creciente de la ciudad como un entorno inseguro, potencialmente peligroso, amenazante-. El desarrollo de los locutorios, los cibercafés y otros sitios donde el acceso a la web era posible, en un principio cambió muchos  hábitos de los jóvenes y luego atravezó a todos los segmentos de la población. El modo en que la virtualización cambió los circuitos de vida y encuentro de los más jóvenes se diferenció según los sectores sociales de pertenencia: aquellos que cuentan con acceso doméstico o en sus lugares de trabajo o estudio tienen otro tipo de uso de estos sitios de sociabilidad tecnológica.

Estos nuevos mundos imaginados a partir de las construcciones que realizan los medios y, en general, a través de la permeabilidad de la comunicación por los usos de las TICs, mueve no sólo a la búsqueda de nuevos espacios de pertenencia y de asentamiento, sino que despliega también soluciones imaginativas de participación en la creación de identidades deslocalizadas. O para ser más precisos, una combinación compleja y densa de identidades locales, con arraigo en el mundo de la política, del barrio, de los lugares de trabajo, que se combina con las experiencias de identidades sin una localización precisa y que no tiene a la ciudad (o al Estado nacional) como territorio de experiencias. Los movimientos ecologistas o las organizaciones que reclaman el reconocimiento a las nuevas identidades sexuales no se ven a si mismas como locales sino que tienen una pertenencia y pertinencia global que les otorga fuerza y  las posiciona afuera y adentro de los reclamos locales. Sin embargo, estas expresiones culturales devienen políticas cuando derivan en luchas muy específicas  por la expansión de derechos o demandas de reconocimientos. 

Existe hoy un fenómeno que podríamos denominar como “espesor de la ciudadanía”, donde nuestra condición local (a la que cada vez más le demandamos sentido y pertenencia) se combina con una construcción de identidad ciudadana de nuevo tipo que ha encontrado en el campo de las redes y circuitos globales de comunicación y diálogo un nuevo territorio de producción de sentido. Allí habitan los nuevos encuentros descorporizados, que producen efectos tanto en el mundo de los afectos como en la política, en la producción artística como en el mundo de la economía y que es capaz de unirnos en nuestras pasiones musicales como en las demandas medioambientales.

Por este motivo, a la histórica multiculturalidad que caracteriza a las ciudades de la región, se suma una creciente diversidad y ampliación del espacio de creaciones e intercambios simbólicos que proviene de las nuevas prácticas culturales vinculadas al uso y apropiación de las TICs. Estos fenómenos muchas veces se combinan ya que el aumento de las migraciones (internas e internacionales) que han incorporado a nuestras ciudades lenguajes, estilos, costumbres y modos de vida muy diversos.

Los medios de comunicación y las migraciones crean puntos de vista, conocimientos, experiencias estéticas e imaginarios que no encajan en circuitos o audiencias ligados con espacios locales o nacionales. Por eso podemos decir que este territorio constituye hoy uno de los datos más significativos para la nueva base de la experiencia que activa la imaginación: crea nuevas subjetividades y permite la ruptura con los mecanismos de conservación localistas y reduccionistas, pasando del hábito a la propuesta creativa.

Otro rasgo que profundiza la heterogeneidad de nuestras ciudades es el hecho de que, como correlato de la desigualdad social y económica, se ha producido un proceso de segregación espacial. Nos enfrentamos hoy una lógica de la desterritorialización que hacer referencia al modo en que han caducado aquellos espacios y fronteras que fueron típicas de ciudad creada e imaginada por la modernidad. Muchos conflictos provienen hoy, justamente, de la redefinición de una espacialidad que, ya desde el fin del siglo XX, se encuentra en crisis.

Toda ciudad se está destruyendo y reconstruyendo de manera permanente. Y si esto es válido desde que la ciudad se fundó como territorio, hoy se vive de un modo intenso y dramático como pocas veces en la historia moderna. La mutación de su fisonomía urbana, del perfil de sus barrios, el corrimiento de sus fronteras internas, es permanente. Pero también –y con todo esto- se modifican las rutinas de sus habitantes, los recorridos de quienes la habitan, los lugares seguros e inseguros y la percepción misma de la seguridad/inseguridad: todo esto muta de forma vertiginosa.

Nuestras ciudades latinoamericanas están cambiando su localización y su arquitectura, sus imaginarios y sus emplazamientos espaciales, sus proyectos urbanos y las expectativas y sueños de quienes las habitan. Ya no son modernas, aunque nadie sepa   bien qué quiere decir posmodernidad. Lo seguro es que han vivido procesos de desindustrialización que marcaron el fin de la ciudad fordista y han abierto la puerta a los procesos de una nueva distribución espacial en el territorio urbano.

A estos cambios y redefiniciones espaciales que vivieron nuestras ciudades, tenemos que sumarle el doble movimiento migratorio que muchas de ellas han experimentado: por un lado la autosegregación de los sectores más pudientes de la escala social, que comenzaron hace más de diez años a abandonar (por sensación de inseguridad o de invasión) aquellos barrios que fueron los suyos, que guardan hoy las marcas de su paso por allí, para emigrar a los nuevos espacios exclusivos, más aislados, donde se sienten más seguros, que se ubican siempre en las afueras del trazado urbano propio de la ciudad; y por otro, la migración de los relegados del desarrollo que ensancharon sus propios barrios de excluidos, edificando de manera precaria y vertical aquellos sitios que ya les pertenecen por historia y por sucesivos procesos de apropiación.

Estos desplazamientos desiguales, combinados y cada vez más complejos le han dado la fisonomía actual al espacio urbano latinoamericano. De manera convergente, los efectos del cambio tecnológico y las prácticas culturales de nuevo tipo han cambiado la fisonomía del espacio público y han profundizado el repliegue al ámbito privado. Sin embargo no ha desaparecido la demanda de ciudadanía tanto en su aspecto identitario como en el reconocimiento de derechos. Por este motivo, el rol del Estado sigue siendo estratégico en este punto: no solo para la puesta en práctica de políticas que atiendan el fortalecimiento de lo público, de lo común, de lo comunitario, sino además porque sigue siendo a través de estas políticas que se puede combatir la fragmentación social, la segregación espacial, el descentramiento de las ciudades y garantizar los derechos de los ciudadanos a compartir la construcción de un nosotros que, al mismo tiempo, garantice esa diversidad cultural e identitaria que nos caracteriza.

Fuente: http://flacso.org.ar/actividad_vermas.php?id=1067


Waldo Darío Gutiérrez Burgos

Descendiente del Pueblo de Uquía, Nación Omaguaca
Responsable de ‘Viltipoco10000’
Director del Centro Omaguaca de Estudios Regionales "Cacique Viltipoco" (oiocavi)
Coordinador General del Observatorio Regional de Políticas Públicas de Humahuaca
…”Trabajemos con empeño y tesón, que si las generaciones presentes nos son ingratas, las futuras venerarán nuestra memoria que es la única recompensa que deben esperar los patriotas desinteresados”…


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